Mayor que todo nuestro pecado

22 may 2017

La sala donde se realizaba el juicio en Sacramento, California se encontraba llena hasta rebosar. Todos estaban ansiosos por escuchar la sentencia que el juez Sam Weler iba a pronunciar contra Eusebio Ramírez. El acusado, joven todavía, había sido declarado culpable de doble homicidio. Había matado a dos ancianas de ochenta y uno y sesenta y cuatro años de edad, sólo para robarles. Los abogados, los fotógrafos, los periodistas, el público en general, contenían la respiración esperando la sentencia.

Eusebio Ramírez, de pie delante del juez, levantó lentamente la mano, le apuntó con el dedo y le dijo: «Si usted me condena a cadena perpetua, me fugaré de la cárcel y lo mataré.» Y agregó: «Quiero que me mande a la silla eléctrica.»

Un estremecimiento de pavor recorrió la sala entera. El juez mismo quedó estupefacto. Ramírez tomó de nuevo la palabra y dijo: «Mi delito es demasiado grande. ¡Quiero morir!»

Esta historia trae a la memoria la escena del juicio de otro criminal, ocurrido mucho tiempo atrás. El condenado era Caín. El juez era Dios.

Cuando Dios llamó a Caín y le preguntó por su hermano Abel, Caín confesó que lo había matado, y en el momento en que Dios pronunció como sentencia contra él la pena de destierro, Caín dijo: «Este castigo es más de lo que puedo soportar.»1 A diferencia de Eusebio Ramírez algunos milenios después, Caín había enfocado el castigo y no el crimen. Le preocupaba más la sentencia divina que su pecado mortal.

Lo cierto es que ni Caín ni Eusebio merecían vivir. El delito de los dos fue atroz, así como lo es el pecado en todas sus formas, ya sea homicidio, estafa, adulterio, mentira o cualquier otra violación de la ley moral de Dios. Pero la gracia de Dios es mayor que cualquier crimen o pecado que cualquier persona jamás pudiera cometer.

El sacrificio de Jesucristo en la cruz es más que suficiente para cubrir todo delito, no de una sola persona sino de la humanidad entera. Si se pusieran todos los pecados de todas las personas de todos los tiempos y todos los lugares en uno de los platos de la balanza de Dios, con todo si en el otro plato se colocara el sacrificio de Cristo, sería mayor el peso del sacrificio del Hijo de Dios.

Todo pecado está de hecho cubierto por el sacrificio de Cristo en la cruz, pero ese hecho sólo se convierte en realidad cuando aceptamos el amor de Dios por cuenta propia. Dios no quiere que ninguno de nosotros tenga que pagar eternamente la cuenta de nuestros pecados. Por eso envió a su único Hijo a morir en nuestro lugar. Y por eso nos urge a cada uno apropiarnos hoy de esa sublime gracia que es mayor que todo nuestro pecado.


1 Gn 4:13
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