«Ya los hijos no hacen caso»

20 jun 2017

Una vez que cursó la primaria, Rey David Fernández Martínez se negó a seguir estudiando. No bien había cumplido los diecisiete años, ingresó en el mundo de las drogas por invitación de sus «cuates» del barrio Ley en la Colonia México de la ciudad de Veracruz.

A las ocho de la mañana del sábado 24 de junio de 2006, camino al trabajo que había conseguido con su primo, Rey David llevó a sus hermanitos José Luis y Óscar Josué a la fonda de antojitos donde su mamá, Joaquina Elena, vendía picadas por la mañana y mariscos al mediodía. A las cinco y media de la tarde, salió del trabajo con los ciento veinticinco pesos que le había pagado su primo, y compró cerveza en una tienda. Iba rumbo a su casa, para bañarse antes de salir esa noche con su novia Ibis. Pero no llegó hasta las siete y media, ya que en el camino se metió una «piedra» de cocaína con su amigo «El gusano», con el que tomó más cerveza un poco después, y luego los dos se encontraron con otros dos amigos, quienes los invitaron a tomarse otras cervezas.

Como a las ocho de la noche, salió con Ibis para escuchar al hermano de ella cantar en la plazuela del callejón de la Campana. Más tarde, en otra cantina entre las once y la medianoche, se metió otra «piedra» de cocaína con otro amigo de diecisiete años de edad. Volvió a encaminarse a su domicilio, pero una cuadra antes de llegar se detuvo en un lugar donde tomó más cerveza, ingirió tres de cinco pastillas psicotrópicas que le regaló un conocido apodado «El pirata» y, por si eso fuera poco, tomó más cerveza aún con otro de sus «cuates». A esas alturas se le había acabado el dinero, pero en lugar de buscar a quién atracar para tener con qué comprar más droga, como le proponía este último compañero de vicio, decidió buscar dinero en su casa.

Allí lo recibió su mamá entre la una y las dos de la madrugada. Era tal el estado de embriaguez del hijo que la disgustada mujer, según declaró Rey David, comenzó a regañarlo y le dio una bofetada. Ante esto, el drogado adolescente se encolerizó y, asestándole múltiples golpes con un tubo de plomería y decenas de planazos, tajos, y punzadas con un machete y un picahielo, mató brutalmente a la autora de sus días.

Acto seguido, el joven asesino sacó del monedero de su moribunda madre cuatrocientos pesos y su celular para ir a comprarse más «piedras» de cocaína y así poder seguir drogándose.

Algún tiempo después de ser arrestado, Rey David, con cara de niño a pesar de medir casi dos metros de altura, expresó: «Estoy arrepentido... ya no voy a volver a drogarme... quisiera salir de aquí... mis hermanitos se quedaron solos...»

La señora Natividad Rodríguez, residente de la misma colonia, comentó: «Ya se perdió el respeto a los padres, ya los hijos no hacen caso...»1

El comentario de aquella vecina nos recuerda este atinado consejo del sabio Salomón, que a todos nos conviene acatar:

El hijo sabio atiende a la corrección...
pero el insolente no hace caso...
Escucha, hijo mío...
Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar....
No... vayas por el camino de los malvados....
Su pan es la maldad;
su vino, la violencia....
Porque al final acabarás por llorar...
Y dirás: «¡Cómo pude aborrecer la corrección!»2

1 Evaristo Gutiérrez Ramírez, «El joven que mató a su madre a machetazos confiesa paso a paso qué fue lo que hizo», Gobernantes.com <http://www.gobernantes.com/Interiores/Locales%202006/Veracruz/ver2606_10.htm> En línea 5 julio 2006
2 Pr 13:1; 4:13,14,17; 5:11,12
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