«El que acumula riquezas para sí»

30 sep 2014

Había un campesino llamado Pakhom que, a pesar de ser pobre, era muy avaro y deseaba más que todo poseer grandes terrenos. Después de mucho esperar, llegó el día cuando pudo comprar su primer lotecito, pero esto no lo satisfizo. Así que redobló sus esfuerzos, y con un poco de astucia logró apropiarse del terreno de su vecino. Con el paso del tiempo compró y vendió a base de engaños, y extendió su terreno al punto de tener lo suficiente para mantenerse bien el resto de su vida. Pero esto no lo satisfizo, sino que siguió buscando más.

Un día alguien le contó que en un país lejano había grandes extensiones de tierra que se podían obtener a bajo precio, así que a fin de aumentar sus propiedades, el hombre viajó para investigar el asunto. Cuando llegó al lugar, le dijeron que dejara mil rubíes como garantía con cierta empresa, y que con esos mil rubíes podía comprar todo el terreno que en un solo día, andando, pudiera recorrer. Tenía que salir temprano por la mañana, hacer el recorrido que él deseara, y regresar al punto de partida antes que se ocultara el sol. De hacerlo así, podía obtener por los mil rubíes todo el terreno que recorriera. Pero con la condición de que si no regresaba a tiempo al punto de partida, lo perdía todo.

Esto para Pakhom era increíble, así que aceptó ahí mismo el trato. Dejó los mil rubíes de garantía y, temprano por la mañana, salió corriendo para recorrer el área más grande posible. Corrió y corrió mientras dejaba señales para marcar el área que había recorrido. Al mediodía se detuvo apenas para tomar un poco de agua y comer un bocado de pan que llevaba consigo, y siguió recorriendo el circuito que había trazado. Él sabía que debía regresar, pero como quería abarcar un poco más de terreno, siguió adelante. Cuando finalmente decidió emprender el camino de regreso, pensó que llegaría muy tarde. Avanzó lo más rápido que pudo, corriendo con todas las fuerzas que le quedaban.

Poco antes de la puesta del sol, divisó el punto de partida. Sabía que tenía que apretar el paso, pues estaba a punto de perderlo todo. Si no regresaba a tiempo, iba a perder tanto el terreno como el dinero. Así que aligeró aún más el paso y, aunque ya estaba exhausto, hizo todo lo humanamente posible por llegar a tiempo. ¡Cuál no sería el alivio que sintió cuando, apenas unos instantes antes de que se ocultara el sol, llegó al punto de partida! Sin embargo, fue tal su desgaste físico que, al llegar a la meta, cayó de bruces y murió.

La moraleja de esta fábula de Tolstoi, el famoso escritor ruso, es la misma que la de una parábola que contó Jesucristo para ilustrar las consecuencias de la avaricia: «Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico delante de Dios.»1


1 Lc 12:21
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